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Deshojados

Silverio Pérez 

Muy poca gente lo menciona, pero uno de los golpes más fuertes del huracán María, o tal vez el más fuerte, es a la vegetación de nuestra isla. Esa callada, desapercibida protección que teníamos del impacto de los rayos solares, gracias a sus hojas y a la sombra creadas por éstas, ya no está. Y se siente. Antes, yo podía salir al mediodía al patio de mi casa, bordeado por un monte de árboles de flamboyán, guaba, aguacates, palo blanco y tulipán africano, y la caricia del aire fresco te recibía. Ahora, que todo el monte yace apabullado en el suelo, al salir, recibes el aliento de un embravecido dragón, un bofetón de calor que te hace retroceder.

 

Los ríos y quebradas de nuestra tierra mantienen sus caudales gracias a esa protección que ahora los seres humanos extrañamos. Si es cierto la dramática aseveración de la Secretaría de Recursos Naturales, de que casi el 100% de nuestros árboles desaparecieron, entonces languidecerán nuestros ríos y quebradas y, debemos prepararnos para una cruel sequía.

 

El que lea esta crónica y no esté en Puerto Rico no se puede imaginar el cementerio de troncos, ramas y hojas que nos rodea. Velando sus muertos, quedan de pie algunos árboles, escuálidos, fantasmagóricos, dilapidados, que el sol poco a poco irá reduciendo a la obediencia.

 

Pero, la naturaleza, además de protegernos y alimentarnos, también tiene la misión de guiarnos y, con el color de sus hojas, darnos la tan necesaria esperanza. La naturaleza se repondrá de este golpe. Nos toca a nosotros también.

 

María de los milagros

 

Unos toques insistentes a la puerta del vecino hizo que saltara de la cama y me asomara al balcón de la segunda planta de mi casa. Eran las tres de la madrugada. Aunque me impulso inicial fue averiguar qué estaba sucediendo, si había una emergencia dentro de la emergencia ya creada por el huracán, mi mirada no pudo dirigirse abajo a la derecha, hacia la puerta de mi vecino. Sobre el cerro convertido en silueta que queda al frente de mi habitación, se proyectaba majestuosa la Osa Mayor, en altísima resolución, gracias a la oscuridad creada por el derrumbe del sistema eléctrico.

 

Junto a la conocida constelación tintineaban miles de otras estrellas que poco a poco me iban descubriendo otras formaciones reconocibles. Quedé en una especie de éxtasis de contemplación hasta que los retoques en la puerta vecina me hicieron mirar, esta vez sí, en la dirección inicial y pregunté, ¿pasa algo? Nada, me dijo la guardia de seguridad de la urbanización, es que el vecino se apuntó para cuando viniera el camión del agua y ya está entrando a la urbanización, para que se prepare con sus envases.

 

La llegada del camión no pudo interrumpir mi regreso al embeleso.

  

Comunidad por la incomodidad

 

Por primera vez en su historia mi urbanización es una comunidad, una común unidad de vecinos que comparten sus incomodidades gracias a María. ¡Cuidado que la Junta de Directores de la Asociación de Residentes había tratado! Siempre asistían los mismos, que eran pocos, a la reuniones o actividades convocadas. Esta vez, el poder de convocatoria de María no dejó a nadie fuera. Se citó el junte a las 48 horas de que el huracán cogió las de Villa Diego –no tengo el tiempo ni el espacio para explicarles de dónde sale esa frase, además de que no lo sé- y hubo un 98% de participación.

 

De pronto, nos empezamos a reconocer: ¡wow!, el vecino del lado es el director de tal hospital, ¿cómo? ¿qué tu eres el hijo de este querido amigo mío? ¿y cómo es que nunca te había visto? ¡no puede ser! Mira mi amor, ¡el radiólogo que me hizo el examen cuando me dio cáncer! Y así poco a poco comenzamos a saber quienes éramos, qué hacíamos, en qué podíamos ayudar, qué necesitábamos. Se establecieron categorías de grupos según sus necesidades: servicios médicos, diesel, agua, gasolina, una extensión para coger electricidad del vecino que tiene planta, el que guardó un teléfono de los viejos y descubrió que le funciona y ofrece su casa como caseta telefónica vecinal, la señora sola que no sabe de sus hijos, la pareja que no ha tenido comunicación con sus respectivos padres en uno de los devastados pueblos de la isla… De todo se tomó nota, se asignó líderes por calles, se establecieron patrullas de vigilancia vecinal –en cada cuadra un comité, como en la Cuba de los sesenta- se hizo un inventario de recursos y a todos les tocó alguna tarea.

 

Aunque me ofrecí para los comités de seguridad y de remoción de árboles caídos se me asignó presidir el comité de arte y cultura, para cuando todo esté normal hacer una fiesta de celebración. ¡Qué honor!

 

El día que Puerto Rico regrese a ser comunidad, sin ser obligado por la necesidad, seremos otro país.

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Esta crónica es parte de una serie de 24 crónicas que publicaremos cada semana en inglés y español, www.24semanas.org. 

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