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Borrón y cuenta nueva

Silverio Pérez 

 

Silverio Pérez, escritor boricua , publicará cada semana una crónica desde Puerto Rico para contar el largo

camino de reconstrucción que inicia la Isla después del azote del huracán María.

Si ponemos en práctica el optimismo responsable, no tengo la menor duda de que Puerto Rico se levantará después del azote del huracán María. Pero si no entendemos el contexto histórico en el que ocurre este fenómeno natural será difícil hacer un borrón y cuenta nueva para, por fin, construir el país posible que todos queremos.

 

El huracán María descargó su maravillosa fuerza ciclónica sobre la isla de Puerto Rico desde la madrugada del miércoles 20 de septiembre de 2017 hasta entrada la noche del mismo día. Solo bastó eso, menos de veinticuatro horas, para que nuestro país fuera arrancado del calendario presente y transportado a los tiempos de San Ciriaco, San Felipe y San Ciprián, los tres legendarios huracanesde los que tanto hablaban nuestros padres y abuelos. La importancia de esos tres huracanes estriba precisamente en el momento histórico en que nos llegan.

 

San Ciriaco atravesó la isla el 8 de agosto de 1899, a un año de la invasión estadounidense, y causó la muerte de 3,369 personas, miles de heridos, y daños irreparables a las cosechas y a la infraestructura. El desastre que significó este huracán permitió a las fuerzas de ocupación tomar un total control administrativo de la isla.

San Felipe, en 1928, y San Ciprián, en 1932, acentuaron la miseria que ya el país vivía en los años de la Gran Depresión. Las circunstancias sociales que existían eran un barril de pólvora a punto de estallar, sobre todo en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. La construcción de bases militares, los programas sociales del Nuevo Trato de Roosevelt y la concesión de algunos poderes políticos al país, como elegir al gobernador, se dieron dentro de ese contexto histórico.

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María, por su parte, le dio la estocada final al país imaginario que construyeron los arquitectos del Estado Libre Asociado (ELA) luego de esa Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos había planteado, y así fue aceptado parcialmente en las Naciones Unidas, que con este “Commonwealth” se resolvía el problema colonial de la relación establecida con la isla después de la invasión en 1898.

 

Con el ELA nos convertimos en la vitrina de la democracia y el progreso, para exhibírsenos como ejemplo de la relación ideal que los países debían aspirar a tener con los Estados Unidos en la época de la Guerra Fría. Los tiempos cambiaron, y las necesidades del imperio también. Poco a poco la vitrina comenzó a resquebrajarse y se le pusieron parchos para mantenerla en pie: exenciones contributivas a las compañías que vinieran a invertir en la isla, cupones de alimentos, control de la natalidad, fomento a la emigración, préstamos y más préstamos, hasta que ¡pum! finalmente estalló en el 2006.

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Entre el 8 y el 9 de junio de 2016, en menos del tiempo que duró el embate de María, decisiones y acciones de las tres ramas del gobierno de los Estados Unidos, dejaron al ELA tan devastado como ha quedado el país ahora. Regresamos a los tiempos de San Ciriaco cuando el gobernador militar, el General George Davis escribió a Washington al final de su corto reinado y decía: “La isla fue ocupada por la fuerza, y el pueblo no tiene ninguna voz en la determinación de su propio destino”. Esta afirmación fue refrendada, 117 años después, ante el Tribunal Supremo de los Estados Unidos en el caso Pueblo versus Sánchez Valle, como regalo de la Casa Blanca al pueblo de Puerto Rico en la víspera de la Navidad del 2015.

 

Vayamos al presente. El nuevo gobierno de Ricardo Rosselló aceptó en junio de 2017 que la deuda pública ascendente a cerca de 140 billones de dólares, si incluimos lo que se le debe a los sistemas de retiro, era impagable, y pidió la protección de quiebra de la sección tercera de la ley PROMESA. Bajo esta ley se impuso al país una Junta de Control Fiscal que pretendía, con severas medidas de austeridad, cuadrar el presupuesto y así obtener dinero para pagarle a los bonistas.

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Si no entendemos este contexto histórico, podemos decir las frases más bonitas de motivación para levantarnos tras el azote del huracán María, pero el desastre del otro huracán, el que nos ha estado golpeando política, social y económicamente, por las últimas décadas y que ha dejado a la isla en la quiebra, también necesita reconstrucción urgente. Lo uno no se puede dar sin estar consciente de lo otro.

 

María le voló el toldo a una isla que ha pretendido esconder que somos el país más desigual de América y el quinto del mundo, donde al 10% más pobre apenas le toca el 0.2% de los ingresos del país, y el 20% más rico controla el 60% de esos ingresos. Un país donde más del 46% de la población está bajo los niveles de pobreza. Una isla que importa el 85% de lo que consume y lo tiene que hacer única y exclusivamente en los barcos de la marina mercante más cara del mundo, la estadounidense, obligado por las Leyes de Cabotaje, aprobadas en 1920.

 

Aunque los vientos de María azotaron a todos por el igual, a ricos y pobres, ya es evidente que la mayor carga de muerte, dolor, limitaciones y destrucción la van a llevar los pobres.

 

Sin embargo, hay mucho pasando que me alimenta la esperanza de que, luego de tocar fondo, nuestro pueblo dirá: borrón y cuenta nueva, y se levantará, esta vez, con más fuerza que nunca antes, y consciente de que los errores del pasado no pueden volver a cometerse.

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Hice un recorrido por las pocas carreteras que a duras penas tienen algún espacio transitable y, más que todo, me llamó la atención la cantidad de árboles enormes, arrancados de la tierra, con sus raíces expuestas a la vista de todos, y los que quedaban de pie, absolutamente sin una hoja. En ese recorrido inicial no vi pájaros, y hasta el canto del coquí parecía haber enmudecido. Dos días después, los pájaros comenzaron a volar buscando nuevas ramas en las cuales posarse, los coquíes comenzaron a cantar con mayor sonoridad, y no tengo la menor duda que esos árboles arrancados de la tierra, si así se les dejara, sus raíces se extenderían hasta la tierra cercana, para volver a renacer. Los que se han quedado sin hojas los veremos florecidos en poco tiempo. 

 

La Naturaleza nos traza la ruta a seguir: hay que renacer. Pero ese renacimiento no es asunto de un futuro a largo plazo. Es ¡ahora! y lo veo ya. Está en la generosidad que ha tomado papel protagónico desde las barriadas más pobres hasta las urbanizaciones con casas lujosas, lo experimento en la solidaridad inmediata que ha mostrado la otra parte del país que vive en los Estados Unidos, se siente en las expresiones de aquellos que profetizan que este es el momento inaplazable para hacer lo que hay que hacer, se percibe en el interés de los jóvenes en la agricultura, en las expresiones culturales que siguen siendo la columna vertebral de nuestra identidad, en los jóvenes universitarios que se niegan a que se desmantele con vientos huracanados neoliberales nuestro primer centro docente, en la defensa del ambiente en Peñuelas, Arecibo, Adjuntas, y en todo lugar donde la devastación del hombre supera la de la naturaleza.

 

Con optimismo responsable nos vamos a levantar, este es el momento, no hay de otra.

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Esta crónica es parte de una serie de 24 crónicas que publicaremos cada semana en inglés y español, www.24semanas.org.

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