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Una fila diferente

Silverio Perez

He estado en la fila de las gasolineras. Había certeza. Poco o mucho, el auto saldría con algo de combustible en el tanque. He estado en la fila del supermercado. A la larga, entras y compras lo que hay disponible, si lo hay. Hice la fila del banco. Y, aunque limitada, pude sacar una cantidad de dinero en efectivo. Me he alineado a la orilla del expreso y, con paciencia, se logran las rayitas suficientes para hacer la llamada urgente. Y así me la he pasado, enfilado, como el país.

 

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que no, que regreso, que voy a trabajar y vuelvo en unos días. Me sonríen con nostalgia.

 

Es una fila distinta. Se siente una pesadumbre de funeraria. Despedimos el duelo del Puerto Rico que creíamos ser. La diáspora extiende sus brazos y saca del mar a los que puede: a los más cercanos, a los más queridos, a los más vulnerables.

 

No puedo evitarlo. Saco la computadora y me siento en la maleta a escribir. La terminé en el avión. Cuando aterrizó, hubo un estruendoso aplauso. Antes el aplauso era cuando se regresaba a la isla. De inmediato se desató un emocionante drama: los familiares del lado acá, ya estoy en Orlando, recibiendo a los del lado allá, lágrimas, abrazos, besos y un respiro de alivio.

 

Una mesa con agua y con información de ayuda para conseguir servicios de salud, escuelas y trabajo, los esperaba. Los que observaban desde el desconocimiento no podían imaginarse el drama subyacente en aquellos encuentros.

 

Lo que dije, era una fila distinta.

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Esta crónica es parte de una serie de 24 crónicas que publicaremos cada semana en inglés y español, www.24semanas.org. 

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Pero esta fila es diferente, me mata. Es en el aeropuerto. La gente se ve ansiosa. No quieren, no pueden, mirar atrás; como los que huían de Sodoma y Gomorra. Abundan las personas de mayor edad, las sillas de ruedas no dan abasto para la gente que las necesita. Me vienen imágenes de los que huyen en Siria. Me acuerdo de los cubanos que lo arriesgaban todo por llegar a los Cayos, en Miami. Y de los dominicanos que se lanzaban al mar en embarcaciones precarias que zozobraban en la Isla de Mona.

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Ahora nos tocó. María nos levantó el toldo y quedamos desnudos. Así éramos y no nos dábamos cuenta. Veo una jovencita leyendo la Biblia en la fila mientras se va acercando al counter  de la línea aérea. Un padre joven arrastra con una mano la maleta y con la otra a su niño de unos tres años. El niño lleva, y a veces se monta en, un caballito de palo de crin azul. Una señora mantiene acurrucada en su pecho a una perrita de mirar nervioso. Las jaulas de mascotas se confunden con las maletas. Los rostros de una pareja de ancianos, mirando hacia la nada, esperando, me conmueve.

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Los que me reconocen en la fila se alegran, ¿también te vas?, preguntan. Me siento mal cuando les digo, como disculpándome,

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