Crónica de un sismo anunciado
Pablo Noriega
Desde pequeño conocí la historia del famoso temblor del 85, ya sea que la escuchara con diferentes anécdotas de mi familia o me la contaran en la escuela cada año, con su respectivo simulacro. El reconocimiento de ese evento que marcó la historia y desarrollo del México contemporáneo, ya es parte fundamental de la socialización primaria de los valores que conforman el ethos mexicano; es decir, cualquier niño o adulto tiene el conocimiento que una vez, hace 32 años, un terremoto destrozó la ciudad de México.
Ahora que sucedió el sismo del pasado martes 19 de septiembre de 2017 (como si fuera una broma del destino, en el mismo día del aniversario del que hubo en el 85), se activó esa memoria colectiva que se encontraba latente. Esta vez, toda persona de la Ciudad de México, así como de los demás Estados donde hubo repercusiones por el sismo, conoce la sensación de ver y oír crujir a la tierra de una forma tal, que el tiempo se hace lento y uno entra de inmediato en un estado de máxima alerta para ver por su vida.
Después de esos 40 segundos de intensidad extrema, el tiempo poco a poco vuelve a retomar su ritmo normal, pero es justo en ese momento donde te das cuenta que algo grave acaba de suceder, que aunque tú te encuentres bien, en algún punto cercano algo seguramente se cayó y alguien ha sido realmente afectado por lo recién ocurrido.
Lo que viene posteriormente se resume en una palabra: caos. La señal de comunicación se satura, siendo muy difícil comunicarte con tus seres queridos de inmediato; la luz se va, y con ella todos los servicios de una casa, así como los semáforos que regulan el flujo vehicular, volviéndose un desastre transportarse de un lugar a otro de la ciudad. Inmediatamente después del temblor, la rutina se interrumpe y la cotidianidad se ve afectada.
¿Qué hacer entonces? Es ahí donde se hace presente ese gen que traemos los mexicanos en nuestra memoria colectiva, el cual nos impulsa tras la tragedia ajena a salir a la calle y ayudar de alguna forma a quien lo necesite. Así, aunque pareciese imposible, de una u otra manera, aunque no se hizo ningún llamado oficial, todos acudieron a ayudar. Sobre todo la juventud fue la que tomó las calles, demostrando que aunque exista un actual repudio a la participación política por parte de los más chicos, la juventud no se encuentra pasmada o inactiva, sino que, por el contrario, es una juventud con muchas ganas de salir a las calles siempre y cuando sea por la causa correcta. Claramente existe la voluntad de querer inventar nuevas formas de organización, sólo faltaba el detonante que lo echara a andar.
Aunque pareciera que sólo hay saldos negativos después de este último sismo, bien dicen por ahí que no hay mal que por bien no venga. Y ese bien se vislumbra a lo lejos, en donde este sismo puede ser un gran factor que sobredetermine ese sentimiento de solidaridad y empiecen a cambiar las prácticas políticas y sociales que se han enfocado en todo lo contrario de ser solidarios ante la desdicha ajena.
Con este sismo quedó claro que la tierra no es lo único que se mueve. También se mueven los cimientos sociales y las estructuras que configuran el movimiento cotidiano de la sociedad se ven resquebrajadas. El corolario entonces es que urge no sólo una reconstrucción física, también estamos en el momento perfecto para pensar en una reconstrucción social.
Esta crónica es parte de una serie de 24 crónicas que publicaremos cada semana en inglés y español, www.24semanas.org.
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