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En fila

Silverio Pérez 

Lo pensé, lo repensé, y tomé la decisión: mañana me voy a levantar a las 3:00 de la madrugada para ser de los primeros en fila para echar gasolina en la estación frente al centro comercial Montehiedra. Cuando sonó la alarma lo volví a pensar y a repensar. ¿Me estoy dejando ir por la histeria colectiva? El gobernador dice que hay gasolina suficiente, ¿por qué preocuparse? Pero la manecilla del marcador de gas en el carro lo contradice. Bueno, estamos en tiempos especiales, ¡a levantarse! ¡Y lo hice! Y mi esposa me siguió.

 

¡No lo podía creer! La fila seguía y seguía, dejaba la entrada al exclusivo sector residencial y tomaba la carretera 842 hacia el barrio Caimito. Dejé de contar los carros cuando pasé de cien, y por fin llegamos a la cola de la fila. Eran las 4:02 de la madrugada. El primer movimiento de unos cuantos metros se dio a las 4:22. La gasolinera se veía a lo lejos, desde la montaña, iluminada por las luces azules intermitentes de los carros de la policía que la custodiaban. Por el lado de mi carro bajaban sombras humanas, indistinguibles, con candungos –hum, me suena a palabra africana, como calabó y bambú, bambú y calabó- anaranjados, a pie, carretera abajo.

 

Ya me consideraba un veterano de las filas –¿un filólogo? ¿filero? ¿filantrópico? ¿Es la filosofía lo que se piensa de la vida mientras se hace una fila? Cuatro días antes hice el Bachillerato en Filas en el puesto de gasolina cercano al Centro Médico, por la avenida Américo Miranda. Me tomó desde las 5:55 de la mañana hasta las 9:54, cuando ya el calor hacía imposible permanecer dentro del carro después de cada métrico avance. Por eso, después de cada movimiento, los filosos nos quedábamos fuera del auto y poco a poco nos fuimos haciendo conocidos, luego amigos, más tarde solidarios, confesores de intimidades familiares, corillo de quejas colectivas, analistas de la situación del país y proponentes de soluciones que sin lugar a dudas mejorarían la situación.

 

Alguien corrió la voz de que acababa de abrir una panadería varios kilómetros adelante. Se organizaron brigadas sangüicheras que irían a comprar desayuno para la recién creada comunidad de autos. Y comenzó la peregrinación del Camino de San Güich hacia la catedral del pan y la pastelería, varios kilómetros abajo. La ida y vuelta le tomó unas dos horas y media a mi esposa, cuando ya la preocupación por su seguridad y el hambre comenzaban a hacer migas. Finalmente lo logramos y la graduación fue poco antes de las 10:00.

 

La otra fila, la de la maestría, fue en Home Depot, cuando abrió sus puertas en horario controlado de diez de la mañana a tres de la tarde. Las almas de los árboles diezmados rodeaban el centro comercial y el sol golpeaba la fila sin compasión. Esto no propiciaba el diálogo entre los que allí estábamos pues cada cual se concentraba en sus particulares herramientas internas para soportar lo insoportable: meditación trascendental, oración fervorosa, encojonamiento reprimido, frustración disimulada o estado comatoso controlado.

 

Lo particular de esta fila, de a pie, es que cuando estabas entre los próximos treinta, ya te llegaban ráfagas de aire acondicionado que salían de la tienda, además, venían diversos empleados con misiones comunicativas variadas a las que había que prestar atención. El uno, si ibas a comprar un generador eléctrico o planta, se te daban las tres opciones de precios, que curiosamente correspondían con las antiguas divisiones sociales de pobres, clase media y pudientes; el otro, te daba la bienvenida con tono de conductor de subastas y te recitaba sin pausa los artículos más solicitados que ya no estaban disponibles –esto provocaba que varios filómanos abandonaran la procesión entre maldiciones y recriminaciones-; la otra, se encargaba de explicarnos el procedimiento mediante el cual se haría la compra, esto es, un empleado te acompañaría a conseguir lo que buscabas, nada de pajareo novelero entre góndolas, directo y al grano; y entre los unos y los otros una guardia de seguridad iba de arriba debajo en la fila con alocuciones bipolares entre el chiste mongo reconocido y el regaño a aquellos que pretendieran acaparar en una misma familia los generadores de electricidad.

 

Por fin entré, dos horas y media después, y me tocó de lazarillo –el Señor obra por caminos misteriosos- una simpática y hermosa mujer que se había leído muchos de mis libros, diz que no se perdía ninguno de mis programas de televisión y se cantó fanática de los videos que ocasionalmente hago de mi santo padre de 103 años. Junto a ella, aquel recorrido hacia las mangueras,  tornillos, sostenedores de puertas y pisteros, fue una delicia. Hubo fotos y emotivos abrazos de despedida con aquella elegante abuela que el Universo puso en mi camino.

 

Sin lugar a dudas, ésta, donde ahora estoy, es el doctorado en filología, aunque aún no tengo claro cuál será mi tesis. Podría ser: Cambios de paradigmas en aquellos que utilizaban las filas en Cuba para decir que el comunismo era malo; o una más positivista: ¡Puerto Rico se levanta! …frustrado, a hacer filas, a sobrevivir, a tratar de conseguir un pasaje para irse del país, o una más ideológica: Puerto Rico, en fila para obtener su soberanía desde el 19 de noviembre de 1493.

 

5:37 am. Crisis. Los vecinos del barrio comienzan a levantarse para intentar llegar a sus trabajos y se encuentran con la invasión de necesitados de combustibles que se han apoderado del carril derecho de la 842 y el espacio que queda disponible no permite el flujo de tránsito en ambas direcciones. Quedamos retratados todos: los que miramos y no hacemos nada, los que no se enteran de qué es lo que está pasando, los que prefieren no mirar para no enterarse, y Él, se merece las mayúsculas, que se salió de su comodidad y caminó carretera abajo para convencer a los que subían que dieran marcha atrás, en lo que salían los que bajaban. El hombre se la pasó corriendo arriba y abajo, organizando el tránsito, además de mover su propio carro cuando le correspondía. Como decía Silvio Rodríguez en Sueño con serpientes, “esos son los imprescindibles”. 

 

A las 6:00 am comenzaron los programas ¿noticiosos? de la mañana. La noticia principal: el Presidente de los Estados Unidos, por fin le había dedicado un tweet, uno, de entre las decenas que había escrito en su pelea con los jugadores de futbol por hincarse en protesta por los abusos raciales, uno, a la crisis humanitaria en Puerto Rico. Y anuncian que vendrá a visitar el país en los próximos días. ¡Esto nos faltaba! Primero María y ahora Trump. Me decanto por la fémina. Cambio de estación y noto que los comentaristas ya comienzan a cambiar el tono de elogio a las ejecutorias del joven gobernador y predomina ahora la crítica por la falta de diligencia con la repartición de gasolina y diesel y…

 

¿Quién ese? Me pasa por el lado Norman Santiago, un compañero actor muy querido, candungos en mano, hacia la fila de los candungueros. ¡A cumba, cumba, cumba, candungueros! Conversamos de hacer una obra de teatro de este nuevo país que estamos descubriendo y de disfrutarse la alucinación que produce esta nueva realidad. Al poco rato subió pateando los candungos vacíos. La fila candunguera había cerrado. ¡Esto es militar brother!, le aclaró el encargado. Los candungos solo se atendían de 5:00-6:00. Quedamos en vernos en María, el musical, pronto, en un teatro cerca de usted.

 

La tercera hora, 7:02 de la mañana, lo celebré en el pare de la 842 y la avenida Montehiedra. Como ahora la luz del día me permitía entender mejor el panorama circundante me di cuenta que una señora que estaba al frente del carro de mi esposa iba constantemente de un auto a otro de los próximos cinco. Resultó ser que una familia entera se organizó y vinieron con todos sus autos a la vez. Lema: La familia que echa gasolina unida, permanece unida.

Mientras escribía esto último, en la laptop que tenía en mi falda, escuché gritos, bocinazos y agitación a mi alrededor. Tarde unos instantes en percatarme de lo que sucedía. ¡El problema era yo! Cuando la fila se desplazó no me moví suficientemente rápido por estar escribiendo y otros autos que venían por la avenida Montehiedra trataron de colarse en el espacio que de inmediato yo no ocupé. Los de los autos cercanos se convirtieron en guardianes de la ley y el orden y lograron ahuyentar a los aprovechados. Luego vinieron por mí. ¡Mira mijo esto es bumper con bumper! Me regañaron por estar espaciado, escribiendo, y la musa huyó despavorida.

 

A las 7:46 me convertí en el número uno de la fila para ser servido. Cuando digo servido, es servido de verdad. Los voluntarios de la Asociación de Detallistas que corrían la operación en la gasolinera Total, estaban en total control del operativo. Movían rápidamente a los autos a una de las ocho bombas disponibles, lo hacían con entusiasmo y amabilidad y cuando salías de allí, con el tanque medio, se te olvidaba la espera de casi cuatro horas.

La musa me regresó cuando regresé a casa. Comencé a escribir María el musical, en algún momento en un teatro cerca de usted, donde, ojalá, y haya una larga fila para entrar.

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Esta crónica es parte de una serie de 24 crónicas que publicaremos cada semana en inglés y español, www.24semanas.org. 

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